“¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte!”
- José Millán-Astray
Sacada de contexto e ignorando la ideología confesa de quien la pronunció, sería difícil encontrar exclamaciones más surrealistas, incluso románticas (ambos términos, tomados en sus significados originales), que la del fundador de la Legión Española. Quién iba a decir que, casi 50 años después, fuera una película sobre delincuencia urbana y pistolas para cazar elefantes protagonizada por el entonces sexagenario Charles Bronson la obra que mejor supiera expresar toda la poesía contenida en aquellas célebres palabras.
El justiciero de la noche es la tercera parte de la saga Death Wish, y en efecto, no es necesario haber visto las dos anteriores para admirar su absurda, genial visión. Si aquellas habían intentado proponer medianamente en serio que las pistolas son la única solución contra el crimen, el director Michael Winner decidió con gran sabiduría desechar cualquier pretensión de realismo para esta entrega y presentar las más nimias excusas con las que justificar el genocidio de macarras más definitivo de la historia del séptimo arte. Paul Kersey (Bronson) regresa a Nueva York para visitar a un compañero de la guerra de Corea; al llegar, encuentra a su amigo asesinado, un vecindario en el que una mujer no puede bajar a la panadería de la esquina sin que le roben el bolso y/o ser violada, y un cuerpo de policía absolutamente ineficiente porque para dos o tres delincuentes que detienen al mes siempre tiene que aparecer algún abogado progre que hable de derechos y les ponga en la calle. Sin Ronald Reagan en la Casa Blanca, esta película sería impensable. Ed Lauter es el comisario que secretamente envidia a Bronson porque éste puede matar criminales sin tener que hacer un informe, Martin Balsam es el vecino que lleva 40 años guardando un par de ametralladoras en su armario “por si acaso”, Deborah Raffin es la abogada treintañera que se enamora del protagonista después de intercambiar tres frases y que sufrirá una triste muerte minutos después de acostarse con él para que pueda ponerse en marcha la terrible venganza bronsónica, y Jimmy Page nos recuerda con su banda sonora que envejecer no le sienta bien a todo el mundo. En resumen, una película perfecta para jubilados amargados con el universo, nostálgicos que desearían que alguna vez muriera alguien en El equipo A, fans del siempre profesional Bronson, y cualquiera que se ría cada vez que un coche moviéndose a 20 kilómetros por hora explote en Los Simpsons. Y nuestra apocalíptica despedida hasta el curso que viene.
- José Millán-Astray
Sacada de contexto e ignorando la ideología confesa de quien la pronunció, sería difícil encontrar exclamaciones más surrealistas, incluso románticas (ambos términos, tomados en sus significados originales), que la del fundador de la Legión Española. Quién iba a decir que, casi 50 años después, fuera una película sobre delincuencia urbana y pistolas para cazar elefantes protagonizada por el entonces sexagenario Charles Bronson la obra que mejor supiera expresar toda la poesía contenida en aquellas célebres palabras.
El justiciero de la noche es la tercera parte de la saga Death Wish, y en efecto, no es necesario haber visto las dos anteriores para admirar su absurda, genial visión. Si aquellas habían intentado proponer medianamente en serio que las pistolas son la única solución contra el crimen, el director Michael Winner decidió con gran sabiduría desechar cualquier pretensión de realismo para esta entrega y presentar las más nimias excusas con las que justificar el genocidio de macarras más definitivo de la historia del séptimo arte. Paul Kersey (Bronson) regresa a Nueva York para visitar a un compañero de la guerra de Corea; al llegar, encuentra a su amigo asesinado, un vecindario en el que una mujer no puede bajar a la panadería de la esquina sin que le roben el bolso y/o ser violada, y un cuerpo de policía absolutamente ineficiente porque para dos o tres delincuentes que detienen al mes siempre tiene que aparecer algún abogado progre que hable de derechos y les ponga en la calle. Sin Ronald Reagan en la Casa Blanca, esta película sería impensable. Ed Lauter es el comisario que secretamente envidia a Bronson porque éste puede matar criminales sin tener que hacer un informe, Martin Balsam es el vecino que lleva 40 años guardando un par de ametralladoras en su armario “por si acaso”, Deborah Raffin es la abogada treintañera que se enamora del protagonista después de intercambiar tres frases y que sufrirá una triste muerte minutos después de acostarse con él para que pueda ponerse en marcha la terrible venganza bronsónica, y Jimmy Page nos recuerda con su banda sonora que envejecer no le sienta bien a todo el mundo. En resumen, una película perfecta para jubilados amargados con el universo, nostálgicos que desearían que alguna vez muriera alguien en El equipo A, fans del siempre profesional Bronson, y cualquiera que se ría cada vez que un coche moviéndose a 20 kilómetros por hora explote en Los Simpsons. Y nuestra apocalíptica despedida hasta el curso que viene.
I.B., 19/5/2010
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EL JUSTICIERO DE LA NOCHE
Miércoles 26 de mayo, a las 15:00
en el Salón de Actos 'Juan de la Cierva'
Duración: 91 minutos.
PROYECCIONES EN VERSIÓN ORIGINAL
CON SUBTÍTULOS EN CASTELLANO
ENTRADA LIBRE Y GRATUITA
CON SUBTÍTULOS EN CASTELLANO
ENTRADA LIBRE Y GRATUITA
Próxima semana: ¡a estudiar, c*brones!